¿QUIÉN DECIDE EN SAN LORENZO?

FUTBOL

San Lorenzo acaba de oficializar la llegada de Pedro Troglio como nuevo entrenador del Club.

Tras el paupérrimo puesto 21º de 26, el fracaso futbolístico rotundo del “ciclo Montero”, las intimaciones por deudas con el plantel, la no aceptación de planes de pagos, la millonaria deuda con Franco Di Santo quien además quedaría libre con el pase en su poder  sin dejarle un solo peso a las arcas azulgranas, impera un cuestionamiento serio respecto del rol de Mauro Cetto (“Director de Fútbol Profesional y Juvenil”) y las decisiones que de él dependen.

El puesto de  “Manager” tiene cierto descrédito en el fútbol argentino por varios motivos. En algunos casos, parece ser una simple maniobra de los dirigentes para establecer un filtro entre ellos y el plantel profesional. Un puesto en el que designan a un ex jugador del club para ser la cara de la dirigencia, “estar junto al plantel y cuerpo técnico en el día a día”, manejar con muñeca los posibles reclamos por deudas de parte de los jugadores o pararse delante de los micrófonos cuando los resultados no se dan, intentando amortiguar la críticas inicialmente direccionadas a dirigentes y plantel.

Cuando la génesis del puesto viene barajada así, suele ocurrir lo habitual. Termina creándose un área sin poder de decisión real ni responsabilidades mayores, resultando un mera jubilación de privilegio para el designado, que desgasta y mancha su “chapa de ídolo” (si fuera digno de tal consideración). Esto, vale señalar, no sin la necesaria cuota de complicidad de su parte.

Otro de los motivos de descrédito de la función del “manager o director de fútbol profesional” es la sospecha acerca de qué tan capacitado está el candidato en cuestión. ¿Alcanza con haber sido futbolista profesional? ¿Necesariamente tiene que haber sido, además, ex jugador del club? ¿Cuánta experiencia tiene? ¿Conoce ampliamente los alcances de la función o reduce su tarea a sacarse una foto en la firma de un contrato? Existen, incluso, los programas de formación de directores deportivos. ¿Entienden los propios dirigentes qué buscan? ¿Quieren un Director Deportivo, un manager  o un mero asesor administrativo?

Pero pensemos bien. Vamos a ponerle “buena onda”. Supongamos que hay un convencimiento dirigencial de la necesidad de construir un proyecto futbolístico serio y que para esto se elige a una persona con el conocimiento suficiente que tendrá la libertad de tomar decisiones y aportará la visión general de corto, mediano y largo plazo de ese proyecto.

Consideremos también, sigamos poniéndole “mucha buena onda”, que se decide por una persona apta para tal tarea.

La primera pregunta que deberíamos hacernos entonces es qué piden los dirigentes y, establecidos esos objetivos, si ofrecen las herramientas y la autonomía para trabajar. ¿Puede un manager planificar seriamente la conformación de un plantel, si en la tercera fecha los dirigentes le dicen que hay que desprenderse de un jugador titular? ¿Tiene lógica que se hable de proyecto de inferiores si los últimos jugadores “distintos” surgidos del futbol formativo  como Senesi, Gaich o Matías Palacios jugaron apenas un puñado de partidos para ser rápidamente transferidos siempre bajo el pretexto de “necesitamos vender para acomodar las cuentas”?

Mucho menos lógico resulta que en simultáneo a esas ventas “a las apuradas”, se den incorporaciones con contratos altos y en moneda extranjera que terminan indefectiblemente  en deudas, intimaciones, arbitraje del TAS, equipos poco competitivos, rendimientos históricamente bajos, eliminaciones rápidas o peor: directamente no clasificar a competencias internacionales que son las que “mueven la aguja” en cuanto a ingresos económicos

Se impone, en definitiva, la pregunta sobre quién define la línea futbolística. ¿Se eligen jugadores en función de esa línea? ¿Quién selecciona un nuevo cuerpo técnico? ¿Cómo se toman  las decisiones? ¿Se evalúan objetivos? ¿Quién mide el éxito o fracaso de un entrenador? ¿El manager que lo seleccionó y recomendó a la Comisión Directiva o la propia dirigencia que pone el nombre sobre la mesa? Y si ocurre esto último: ¿cuál es el límite ético y moral del manager?

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