LOS ROMERO DE RICOTA

FUTBOL

El diccionario que junta polvo en la biblioteca de casa dice que “carisma” es aquella cualidad o don natural que tiene una persona para atraer a los demás por su presencia, su palabra o su personalidad. En el fútbol, a mi entender, el carisma es mucho muy importante; un líder carismático, un delantero loco lindo, o un extremo barrilete y entrañable hacen de este deporte un mejor lugar.

Veamos algunos ejemplos: Ricardo Centurión puede ser el tipo más nefasto del planeta tierra, pero sin temor a equivocarme puedo decir que “el caco”, abonado vitalicio de los boliches más oscuros del deep-Lanús, tiene una personalidad particular y que arrastra, tanto para bien como para mal, a su juego exótico y carioca. Dentro de Centurión conviven los escándalos, las declaraciones olvidables, los videos polémicos y los goles y las bicicletas que ponen de pie al público. El “wachiturro” puede ser una primera y tímida aproximación al concepto con el que jugamos hoy, un buen puntapié inicial, pero no hace falta irnos tan lejos, al pequeño Fortín, para pensar que en nuestro club hemos tenido y tenemos ejemplos de sobra de este tipo de jugadores.

Néstor Ezequiel Ortigoza es un tipo que tiene el carisma tatuado en la frente: no solo tiene una fisionomía divertida de ver (gordito, morrudo, de tranco gracioso) si no que emana picardía, diversión y mañas barriales que seguramente aprendió en los potreros de tierra en Padua; también, cuando lo invitan, suele ser un habitué en los programas donde periodistas y ex jugadores cuentan anécdotas, ríen y chicanean para llenar tiempo de aire. El gordo, “Johnny” para su familia y amigos, pone todo lo que lleva dentro al campo de juego: pasa de la risa a la pelea con extrema facilidad, declara bien y mal por igual, putea réferis y luego les hace chistes al oído, pide calma y agita el avispero, da notas que hacen lagrimear a Ariel Rodríguez, hace gestitos a la tribuna, se besa el escudo, elogia y putea dirigentes. A mi entender, un personaje divino que es un sorbo de agua fresca en un fútbol robotizado y autómata donde, como diría el gran Pipo, “todo es pase y recepción”, todo es cassette, todo es lavarse las manos, cobrar el sueldo, no hablar demás, y en una de esas tener la suerte de morir pacíficamente en el Xolos de Tijuana sobre una montaña de dinero verde recién lavado. 

Estos últimos dos ejemplos son de personajes totales. Tipos que si los tenés enfrente los odias con tu alma, pero que si están en tu equipo pueden llegar a alegrarte el día a día con alguna pequeña muestra de su inagotable carisma. Pero ojo, mucho cuidado, que también son peligrosas armas de doble filo: se ríen, se enojan, declaran, putean, se pelean, se amigan y se vuelven a pelear. Son naturales, cantan “a mi manera” con cada acción que realizan, nadie puede reprocharles nada porque se manejan en la vida con un instinto casi animal, viven el presente sin ninguna mesura en sus palabras o en sus actos; pueden chocar su camioneta contra un centro de jubilados pero también visitar hospitales para abrazar al enfermo: cuando llegue el día del juicio final podrán tirarles cualquier cosa por la cabeza menos no haber sido auténticos con ellos mismos. 

Ahora bien, ya que estamos en el tema, ¿cómo se explica la fiebre romerista? ¿Cómo se explica el cariño, a veces desmedido, exagerado y muchas veces irónicamente impostado, por los dos paraguayos? ¿Qué tienen estos chicos que genera que, aun teniendo partidos flojos, supuestas acciones egoístas, supuestos privilegios y un sueldo monstruoso, sean defendidos a capa y espada por sus fieles seguidores de la orden paraguayo-argentina sanlorencista? Si hablamos de personajes totales, de aquellos que hablan sin filtros, que ríen en las notas y se pelean frente a las cámaras, creo no ser ningún iluminado para entender que los melli no entran en esta clasificación. Son reservados, misteriosos, parecen guardar algún secreto entre ellos, quizás algún crimen inconfesable, se los ve tímidos, como encerrados en sí mismo, con un perfil subterráneo; son unos chicos que no responden a ninguna ofensa (quédense hasta el final), no dan notas ni hacen chistes. De ser por ellos el futbol no sería televisado y, como artistas que son, jugarían sólo para el hincha de la tribuna, a quienes se deben. Son dos maquinitas que tienen la pelota entre ceja y ceja, que parecen a gusto juntos y que viven en una burbuja que ellos mismos han construido. Perdónenme la metáfora, pero son algo así como los Redonditos de Ricota del fútbol: juegan con lo invisible, con el enigma, no les hace falta hablar para demostrar que son genios, únicos e irrepetibles; lo hacen en el escenario. Tienen un carisma cubierto por el manto del misterio, son boxeadores que, como el gran Nicolino, esquivan pero no pegan y hasta parecen divertirse con el barullo de afuera mientras ellos solo se concentran en tocar su música o jugar al fútbol, y a hacer felices a sus religiosos fans. Son artistas, no juguetes. 

No quiero ser un necio y bajarle el precio al indudable carisma que transpiran por ser mellizos gemelares, andar juntos a todas partes como una familia gitana, que uno juegue de enganche y el otro de delantero, que uno sea zurdo y el otro diestro, que uno use la diez y el otro la once, que tengan el mismo corte de pelo además de la misma cara, que ambos pateen bien penales y tiros libres, que ambos sean dos jugadores gambeteadores, líricos, complementarios y exquisitos, y demás cosas que ya, lastimosamente, no valen la pena nombrar. Podemos decir, a esta altura del partido, que hay diferentes tipos de carismas, que la condición necesaria para ser portador de la cualidad no implica ni ser gracioso, ni quilombero, ni callado, ni agrandado ni humilde per-se, pero es estrictamente necesario ser una persona magnética, tal como dice la definición de diccionario con la que empezamos a desentrañar este concepto. Torrico parecería ser un tipo sin carácter, pero a mí, por lo menos para mí, me parece carismático por su perfil bajo, por ser humilde, ganador, buena persona, y respetuoso; siempre que habla hay algo lindo para decir. Ortigoza es magnético por ser cómico, peleador, dogmático y demagogo por momentos; es un personaje que, además de ser un gran jugador, ha sabido ser un buen líder y un hombre nacido para ser protagonista. Los Romero son de una clase distinta, su magnetismo reside en su misterio, en sus condiciones naturales, en su talento, en esa forma  retorcida y diferente que tienen de atraer las miradas de propios y extraños.

La dirigencia de San Lorenzo nos privó de dos tipos que transpiraban fútbol y carisma. Tipos dignos de pagar una entrada y de ver. Dos muchachos nacidos para el aplauso y el elogio que, de ser por ellos, hubiesen jugado juntos en el Bajo hasta colgar sus idénticos pares de botines. Ya sin hablar de los diez millones de dólares que se perdieron con una sola firma, se puede mencionar, con dolor y al pasar, de los hermosos y entrañables personajes que perdimos para nuestra ya golpeada tribuna y nuestro futbol: un fútbol argentino devaluado, gris, sin público ni local ni visitante, donde reina la rosca política y nos olvidamos que hay una cosa redonda que tiene que tocar la red, un lugar apático y aburrido donde los paraguayos sacaban carcajadas por sus caños y sus controles orientados. Y así como los Redonditos de ricota hablaron a su público en el año 97, en Olavarría, para explicar la suspensión del recital que estuvo en boca de todos, cortando con el modus operandi del misterio y del silencio habitual en la banda, los Romero de ricota se despidieron con un comunicado pegándoles a todos por igual, con el grito en el cielo por primera vez luego de los cientos de escándalos que se fumaron a boca cerrada, pero con la lucidez de decirnos que nos querían, que no teníamos la culpa, que gracias por todo. Dejaron por los suelos a una “nueva” dirigencia que venía a lavar su imagen, con un colorado cómplice que dejó el alma en hacer bien los deberes y ganarse otros añitos de contrato, con un técnico viviendo la oportunidad de su vida bien calladito por si se dan cuenta que no le da, con una comisión directiva que creía que en nombre de la miseria podía hacer cualquier cosa y que no íbamos a hacer nada. Ver a Cítrico correr a ESPN con el culo entre las manos fue el resultado de la última gran función romerista: un acto sublime y perfecto, propio de estos artistas, la función final que le habló al hincha como hincha, un comunicado pensado y elaborado para nosotros, que necesitábamos escuchar la verdad que secretamente ya sabíamos. Si eso no es carisma, queridos amigos y amigas, no sé qué es. Gracias por tanto, mellis, y perdón por el San Lorenzo que se encontraron.

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