LAS AVENTURAS DE MARCELO II

TRIBUNA

Tan grande es el miedo
Que yo siento cuando te vas
Temo que no vuelvas más
Pero siempre regresás

Muchas dudas que no me dejan en paz
Adoro estar junto a ti
Pero a veces me cansás

La casa del Ravi López no es como la de él; no hay ni palmeras ni pileta, ni siquiera garaje y mucho menos cancha de tenis. Marcelo concluye que así deben vivir los hindúes: despojados de todo lujo. Ravi López, sin pantalones, como de costumbre, lo recibe con su tradicional bata naranja a vivos amarillos, ya un poco maltrecha por las numerosas quemaduras de cigarrillo, y le da un silencioso abrazo que dura unos treinta segundos. El sudor y el olor a aire viciado del Ravi se impregna en el traje Armani de Marcelo, que se despega de su guía espiritual y que, a modo de reverencia, agacha la cabeza y junta las palmas. Ravi responde con el mismo gesto y dice:

  • Que alegría verte de nuevo, querido Marce… pasá, pasá, sacate los zapatos y ponete cómodo que por ahí hay un almohadón donde podés sentarte. 

A Marcelo las paredes descascaradas y el olor a humedad le traen unos lindos recuerdos, pero no logra descifrar a dónde le remiten. La casa, pequeña y con tan solo lo fundamental, tendría un aire hogareño y cálido de no ser por los posters de mujeres en bikini que decoran casi todos los ambientes. Marcelo se quita los zapatos, apoya sus pies sobre una alfombra mohosa, que desprende un polvo milenario, y al alzar la vista ve una negruzca mancha de humedad que, como un agujero negro, se cierne sobre él. Una bola blanca de pelos le empieza a oler el pie, y antes de que él pueda saber si es un caniche o un bicho similar, el perrito huye espantado luego de que el Ravi López lo mande a la cucha con un dialecto extraño aprendido en su periplo de dos meses por la India.

    Marcelo toma asiento en un almohadón de relleno disparejo y hace sus respiraciones habituales. Justo cuando estaba en medio de su meditación de amor compasivo, concentrado en la imagen de un Lucas Melano que corre a pelo suelto, el Ravi López le interrumpe para tenderle un té verdoso y algo espeso que trae de su cocina con garrafa. Luego, el sabio se sienta frente a él con las piernas cruzadas y con los brazos descansando en sus imponentes muslos. Marcelo vuelve a su enmarañada cabeza: Showmatch, la academia, Flavio Mendoza, Axe, Lucas Melano. Los pensamientos van y vienen, la ansiedad crece, el olor a palo santo no hace más que impacientarlo y llevarlo a un lugar extraño donde se siente ajeno: el lugar de no saber qué quiere. Marcelo siempre supo lo que quería, y con un poquito de suerte y otro poquito de maña, pudo abrirse paso en el mundo del espectáculo, la televisión… y el fútbol. Hay algo en el fútbol que lo seduce, y aunque a veces no sepa bien qué es ni cómo concretarlo, en sus sueños se imagina siendo el rey de la pelota.

Marcelo sacude su cabeza y, bajo una mirada impaciente del Ravi por saber si está rico, bebe su té: al principio tiene un sabor agrio que le hace fruncir el ceño, pero al final es levemente dulzón y agradable, y piensa, al beber otro sorbo, que esa es una hermosa metáfora de la vida y que va a subir la frase al instagram. Se le relajan los hombros y las piernas más de la cuenta, su respiración toma un ritmo de metrónomo, sus párpados comienzan a cerrarse y el olor a palo santo ahora es un hermoso portal para meditar en paz.

Marcelo ya está más tranquilo. Sus dedos de los pies están adormecidos y siente un cosquilleo en la parte baja de la espalda que le da placer; con los ojos cerrados, sus pensamientos que van de un lado al otro como los espectaculares Piquín y la enana Noelia en la pista de Showmatch. Sus meditaciones son interrumpidas por la apnea del Ravi, que se despierta de sopetón y pide disculpas por quedarse dormido: estuvo meditando la noche entera. Ravi, espabilado del todo y con un semblante serio, comienza a hacer unos extraños sonidos guturales, unos cantos de la estepa mongola aprendidos en YouTube, que resuenan en el pequeño dúplex al ritmo de los bongoes que toca con rapidez y destreza. El canto frenético y ruidoso cala hondo en los tímpanos de Marcelo, que cierra los ojos y continúa concentrado en su meditación. Cientos de imágenes, sonidos y preguntas pasan por la turbulenta mente de Marcelo: ¿Qué es lo que le sucede? ¿Por qué se siente tan solo? ¿Por qué la gente no lo quiere, si antes lo quería? ¿Dónde está su juventud, sus ganas, su enfoque? ¿Qué es lo que realmente quiere? ¿Qué tiene el doctor Milagro que él no tenga? Esas preguntas, que son tan certeras y profundas, que tienen tanto que ver con él y tan poco que ver con los demás, desembocan de repente en la elevación suprema, el punto final del autodescubrimiento, la proeza final: el nirvana. Marcelo se ve así mismo de pie en su mente, con la nítida imagen de un enorme sillón de cuero que se impone en las tinieblas; allí sentado hay un ancho sujeto que peina con una de sus gigantescas manos un jopito canoso bañado en gel. Marcelo, de frente a este ogro, le grita con todas sus fuerzas que se baje de ahí, que ese es su sillón; es todo para él, es su fin último, el poder total, la ambición que lo desvela por las noches. Pero el gigantesco hombre no está contento: gruñe, entierra las uñas en los brazos del sillón, hace rechinar sus dientes, golpea el suelo con el pie y lenguas de fuego comienzan a inundar la mente de Marcelo, que asustado se tapa el rostro para no ver más y oír como el hombre, con los ojos inyectados de sangre, grita el número de la bestia: 38.

Suena un ronquido y Marcelo abre los ojos. El reloj de pared con la cara de Mahatma Gandhi marca las ocho de la noche. Ya es tarde, dice Marcelo, y ve al Ravi López con su espalda encorvada y la cabeza hundida entre sus muslos. Marcelo saca su teléfono del bolsillo y ve tres llamadas perdidas. Antes de ahondar en el asunto, toma unas fotos de sus pies descalzos y sube a instagram la frase que había pensado mientras bebía su té. Ahora sí, lo importante: tres llamadas perdidas y dos mensajes de whatsapp. A Marcelo se le hace un nudo en la garganta: es el Rodo. El mensaje dice “Marcelo, a la diez en la pizzería El Rafa: tenemos que hablar”. El número uno ahora camina en puntas de pie hasta llegar a sus zapatos, y luego de calzarse mira hacia el techo por una última vez y encuentra, en el mismo lugar que antes, aquella gigantesca mancha de humedad que seguramente crecía día a día. Ya sabe a qué le hace acordar, pero por suerte, concluye, no tiene nada que ver con él: Marcelo está para cosas mejores. Luego de acariciar al perrito de Ravi durante unos diez minutos, y de llorar abrazo a la peludita bola blanca por todas las emociones que experimentó durante el día, deja sobre el mostrador cuatro billetes de mil pesos y cierra con suavidad la rechinante puerta del dúplex. Ya en su camioneta, pone a todo volumen “Traición” de Miranda!, enciende el GPS y pone primera rumbo a pizzería “El Rafa”. Llegó el momento de no posponer más las cosas.

Continuará…

¿Te perdiste la primera parte? Marcelo te perdona, leela acá.

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