A SUS PLANTAS RENDIDO UN VEEDOR

TRIBUNA

En la misma Asamblea que se votó por el vaciamiento de San Lorenzo se homenajeó al célebre escritor Osvaldo Soriano, dejándolo pegado en una nueva entrega institucional del club. El Veedor recorre miles de kilómetros buscando al ideólogo de este nuevo desconcierto sin sospechar que tal vez nunca lo encuentre…

Camino dos pasos más y si no encuentro una puerta verde me voy a desmayar. Las indicaciones fueron precisas, Philip Marlowe es un profesional. Convencido de eso me enfrento sin dudar al viento patagónico, que es similar al de Pompeya pero más prepotente. Un viento jetón que me corta la cara con el filo cruel de un desengaño. Torea de frente con el mismo ahínco de un acreedor tratando de cobrarle un cheque a San Lorenzo. Siento los mofletes colorados (al mejor estilo de ex-Mr. President conquistando el corazoncito de su suegra). Y a pesar de tener el rostro curtido por la angustia latente de la realidad azulgrana y a pesar de tener arrugas marcadas a fuego por el fútbol de MentiroSoso y Dabovo, siento el frío que padece un quemero cuando viene al Bidegain.

Camino dos pasos más y encuentro la puerta verde. No hay nada que hacer, Philip Marlowe es un profesional. La contraseña para entrar es no golpear. La puerta se abre cuando alguien se para enfrente pero nadie la golpea. Las indicaciones fueron precisas. Debía dejar el Torino en la calle de atrás de la cancha de Estrella Polar, pararme justo en la puerta de la casa del nieto del Gato Díaz (aquel arquero que atajó el penal más largo del mundo y que algunos lo comparan con el que Torrico le atajó al Chiqui Perez y otros con el que Ortigoza le convirtió a Nacional) y, desde ahí, caminar cincuenta y dos pasos hasta una puerta verde. Y aquí estamos. Duro como interino en su primera conferencia.

Llegué hasta este punto del universo azulgrana persiguiendo un “sin sentido”. Suena abstracto pero si lo ponemos entre coordenadas cuervas se hará tangible. La Asamblea de Representantes en la que se aprobó un sistema de vaciamiento que se llevó a cabo mientras Lammens y Tinelli nos pedían el aplauso por las economías paralelas y las ingenierías financieras de una supuesta gestión de superávit y crecimiento patrimonial, decidió nombrar socio honorario de San Lorenzo a Osvaldo Soriano. Ni más ni menos que al célebre escritor que inmortalizó la definición más exacta del ser cuervo; el tipo que dijo lo del “interminable sobresalto”, lo del “orgullo y el desconcierto de ser hincha de San Lorenzo”. Ese gordo querido (el mejor retratista para el que posó el espíritu cuervo), periodista del sentimiento y embajador ante los ángeles del Cielo, justamente a ese tipo homenajearon los mismos roedores que se pasaron el orgullo sanlorencista por el orto. Ellos, que sembraron el desconcierto, nos plantaron la carga y nos pusieron de frente a un nuevo sobresalto, en otro ejemplo claro de cinismo, decidieron brindarle tributo al querido Soriano.

Así comenzó todo entonces, con ese “sin sentido”. Un sin sentido que me obligó a abandonar la eterna siesta savinista y salir a averiguar quiénes fueron capaces de unir para la eternidad el nombre de Osvaldo Soriano con una nueva entrega institucional. Esos parásitos que, faltándole el respeto al sentimiento azulgrana que mamaron desde niños, en lugar de ponerle un límite a esta banda de delincuentes que arruinan a San Lorenzo se inclinaron por no perder los privilegios de poca monta (a los que acceden a cambio de vulgares contraprestaciones como votar por el vaciamiento del club), y lógicamente optaron por el ticket contra Boca, el sanguchito del entretiempo en el palco, el videito con saludo del “Ñoqui” Romagnoli para el cumpleaños del ahijado y la selfie cholula con el “emo” Marcemo, el Líder que ya no es Líder (ahora es Licenciado).

Así que partí con la imagen del Licenciado que no sabe envejecer con dignidad, y barajando la hipótesis de que todo se tratara de una jodita para su show televisivo, fui directamente a buscarlo. ¿Dónde? A su circo.

Al llegar a la Productora de Marcemo me recibió uno que vendía rifas en la puerta con cara de masón y pinta de poca ducha, parecía el bisabuelo de Carna. “Valen veinte mil gringas cada una” me anticipó mientras me mostraba el talonario y ponía cara de estar por decir una genialidad, miró hacia ambos lados del hall y subiendo una ceja comenzó a babear despertando mi curiosidad… “mire, si juntamos cien tipos que pongan veinticinco millones de pesos…” lo interrumpí groseramente y apuré el paso para no fumarme toda la historieta mitómana típica de un vendedor de fantasías, pero no sin dejarle cien pesos en una canastita. El tipo aceptó la donación, sin embargo no me dio ningún número para la rifa, con tal de no seguir oliéndolo acepté que solo me señalara con un dedo al Licenciado.  Y allá al fondo del pasillo, atrás de la mujer de un amigo, estaba Marcemo. “Por lo menos yo hago rifas”, le escuché decir con aliento a encierro mientras lo dejaba atrás, hurgándose la nariz.

Enfilé hacia el tilingo y me tropecé con algo que se parecía a la enana Feudale. El ruido distrajo a Pepe Garcarino, el nuevo malabarista del staff. De golpe todos me miraron feo. Uno manoteó el handy. Se me vino al humo Pachu Peña, le tuve que pegar un par de sopapos por leprososo y ahí nomás me sacó a bailar Hernán Piquín, que ensayaba la danza de la momia, haciendo unos arriesgados movimientos con un cuerpo embalsamado de quien ahora le compra pizzas a Don Julio en el anillo del infierno reservado para quienes se cagan en San Lorenzo. Viví momentos durísimos. Tuve que recurrir a mis épocas doradas en el staff estable del Colón, y con un sutil salto del cisne dejé boquiabierto a todos. El jurado me puso un diez y el Licenciado me concedió una charla donde dijo no saber nada del homenaje a Soriano. Me habló de buscar respuestas en una realidad alternativa donde él mismo se visualiza como un joven emocional y sensible que dice verdades por Instagram. Finalmente cedió a mi insistente súplica y me prometió fiesta con el equipo de bailarinas del circo. Luego me dijo que la respuesta a mi inquietud seguramente la podría conseguir en el Acuario.

Salí del circo de Marcemo, tomé la dos ruta pase un… perdón, tomé un pase, agarré la ruta dos, y encaré hacia Mundo Marino. La pista del “sin sentido” me llevaba a hablar directamente con el Rey Foca. Entrando al Acuario un zumbido iba creciendo y lo que inicialmente era un murmullo a medida que me acercaba enfurecía en grito: “Todos juntos y contentos, todos juntos y contentos”. Cada palabra del mantra retumbaba en lo más profundo de mi ser y sentía como mis brazos se transformaban en aletas. “Todos Juntos y contentos, todos juntos y contentos”.

Rápidamente me di cuenta que no iba a cosechar ninguna respuesta sensata de ese lugar, aunque el olor a Chichilo despertaba mi sed sexual y a la vez me hacía picar el bagre. Pregunté por el Rey y una foca aleteando me dio las coordenadas de la Productora. Le conté que venía de ver al tilingo pero que ese no era el Rey sino el Emperador, el cetáceo que nos llevó a esta realidad asfixiante. La foca aplaudía, no entendía demasiado, y agitaba las aletas reclamando el premio por la respuesta.  Le hice señas a los microfonitos que las alimentan, quienes llegaron rápidamente con un balde lleno de pescado podrido. El show era desolador; mientras los microfonitos le daban de comer basura a la foquita, al mismo tiempo le comentaban las bondades del San Lorenzo europeo. Y la foquita aplaudía y aplaudía. Y comía y comía. Todo muy confuso. Le pedí un minuto de silencio a los microfonitos, marqué el número un contador amigo y le pasé el celular a la foca. Mi amigo le empezó a hablar de números, de Gaich, del balance… la foca seguía deglutiendo el pescado podrido pero en su mirada se notaba que algo no estaba bien, hasta que ahogado en su miseria, liberando un aceite borravino que enchastró el Acuario, se sumergió en la pileta al grito de “con la nueva vieja dirigencia que rompió todo pero ahora lo va a arreglar, vamos a estar bien. ¡¡Todos juntos y contentos, todos juntos y contentos!!”. Sacudido por la culpa me tiré de cabeza para intentar hacerle un mimo y al sumergirme en el agua noté que la foca en realidad no estaba enojada, ni quebrada emocionalmente. A la foca realmente le chupaba todo un huevo y había intentado despistarme con su dolor simulado mientras huía por una puerta submarina, a la que accedí, y donde también se encontraba el Rey Foca.

Allí en su trono, la Foca Suprema meditaba con otros “cuervazos” sobre la importancia de los hermanos Romero, la capacidad del Pampa Biaggio y la importancia de repatriar a Walter Kannemann. Lamenté interrumpirlo, incluso le reconocí algún mérito entre la cantidad de pavadas que argumentaba, pero cortando con la charla y yendo a lo que me interesaba, le dije que no podía ser tan cínico con la memoria de Soriano, dejando su homenaje pegado a la aprobación del vaciamiento de San Lorenzo… “La verdad que es mucho, hasta para una foca” me reconoció el Rey. Y rápidamente me aclaró que él no había tenido nada que ver con el reconocimiento al querido escritor. Tras amenizar la situación dándole la razón sobre la importancia de que Buffarini vuelva al Club, el Rey le pidió a su asistente Coluccini que me acompañe hasta la puerta.

Coluccini es un italiano que antes trabajaba en el circo con el Licenciado pero ahora está viejo y retirado dando una mano en Mundo Marino a raíz de un episodio desafortunado. Cuando llegamos a la calle Coluccini se mostró confiado y como jugador que ventila miserias de vestuario al periodismo, me dijo entre susurros que fuera a ver a Ignacio Fuentes, el delegado sindical de Colonia Vela, que seguramente podría hacerme un puente con el Ministro. Porque para Coluccini, la clave de todo este “sin sentido” era el Ministro. Mirando nuevamente hacia todos lados para asegurarse que ninguna foca estuviera cerca, en voz baja Coluccini me dijo que el oportunista con cara de buen yerno es el verdadero autor intelectual de cualquier montaña de basura que uno se encuentre bajo las alfombras de Boedo. Me sorprendió el poder de síntesis del tano. “No te va a ser fácil llegar a Colonia Vela con un Gordini” agregó. Ahí nomás me ofreció las llaves del Torino. “Es el de La Hora sin sombra”, me aclaró. Lo tomé y fui en busca del nuevo dato.

El compañero Fuentes está grande. Apenas está. Con su último esfuerzo escribió en un papel la dirección de una cita ya pactada con el Ministro. “Bar Todes les Chiques Juntes, 19 horas”. Me lo dio y se quedó dormido. Debía volver a Capital. Me tuve que dibujar la raya del culo de tanta ruta.

Ya en el lugar de la cita llamé al mozo, que  mientras me ofrecía la carta me dejaba en claro las cosas… “No soy mozo, soy moze” me corrigió. Entendí el contexto y sin mirar la carta le pedí un whisky. “Sólo servimos leches vetegales y bebidas probióticas”. Cuando estaba por ensayar una respuesta no del todo inclusiva apareció en escena el Ministro sentándose en mi mesa, desplegando su impecable cara de inocente buen tipo. Sin perder tiempo fui al grano de la consulta y su pose rápidamente mutó. La simulada calidez endulzada con gestos suaves que tan bien ha sabido usufructuar para ortear a mucho distraído se fue desdibujando hasta mostrar su verdadero rostro, el que aparece para hablar con orgullo de su compromiso aún vigente para ciertos momentos convenientes y una extraña condescendencia hacia sus sucesores cuando las críticas son agudas. Le pregunto si su gestión se banca una auditoría, y se me hace el esquivo como Don Ramón cuando ve al Señor Barriga.

Le pregunto por el socio que lo denunció públicamente y poniendo sus mofletes en color rosa teen, me recuerda que él habla con el corazón y todos le responden con la billetera. Tentado a decirle que desde que usó a San Lorenzo como trampolín político para sus aspiraciones personales su billetera es cada vez más grande, elijo no descuidar mi propósito y le exijo explicaciones por lo que han hecho con Soriano. Ensayando una vez más su cara de buen yerno dijo no entender la pregunta. Alzó su mano y cinco militontos de La Soriasco se acercaron a la mesa. El Ministro les preguntó si ellos sabían algo del homenaje y dijeron no saber nada. No me sorprendió. Ellos nunca saben nada. Aplauden, aprueban, rosquean, se acomodan, se esconden atrás de colectas de comida, recitan poemas profundos llenos de peluche sanlorencista, entran en listas, pegan un handy en la Ciudad, pero nunca saben nada. Ahí en pleno desconcierto recordé que le estaba hablando al mismo tipo que siendo Mr. President llevaba a los quemer*s a Mar del Plata porque apostaba al marketing del clásico de barrio más grande del mundo. El tipo buscaba la fórmula de la Coca Cola y se buscó un socio con menos altura que un piojo sin patas. Muy difícil conseguir algo digno acá.

Ante la incrédula mirada de sus lacayos el Ministro se volvió a desentender de la jugada y me ofreció una copa de su propio vino. Lo probé, tenía gusto a, cómo decirlo, notas de sabor de arruga de ano perfumado con hebras de testículos varios que han dejado su esencia impregnada, añejado en barricas de caca hace doce años. Digamos que tiene gusto a que nos cagó entero.

Y así fue que cansado de rebotar como cheque de San Lorenzo, llamé al famoso detective Philip Marlowe. Si me permiten, me gustaría dejar en claro que el tipo es un profesional, su respuesta me trajo directo hasta aquí, frente a esta puerta verde que se abre sin que yo dijera nada.

Y así entré. Una vez adentro ingresé por un viejo zaguán oscuro recordando las noches en lisérgicos subsuelos de Avenida de Mayo al 900. Imaginé mi encuentro con el famoso detective a solas y en buenos términos, pero reconozco que tanto misterio me inquietó. Seguí caminando hasta que una luz me cegó por completo. Y tras la luz una mujer.

Su voz me recordó a Nacha Guevara. En ella todo era natural. Luego de invitarme con un Blue Label del caminante, me entregó un papel y comenzamos a hablar. Me explicó brevemente que Phlip Marlowe estaba retirado y que había rechazado mi pasaje de Los Angeles a Buenos Aires con un ambiguo gesto de desinterés. Yo la escuchaba pero no podía dejar de admirar su belleza mapuche. Su nariz dibujaba una flecha en el aire que señalaba casi adrede hacia su pecho exuberante. De ahí extrajo un papel plateado que el detective me había enviado como respuesta. El papel estaba tibio y olía a un perfume que me gustaba cuando era adolescente. Entendí que Marlowe me había investigado y usaba la artimaña del perfume para decirme que confíe en su interlocutora. La fragancia Sun Flowers de  Elizabeth Ardeen la usaba una amiga de mi madre el día que recibí de sus labios mi primer beso. La bella dama me entregó la respuesta, noté rápidamente que estaba escrita en una hoja del tiempo, que es una hoja que se pierde tarde o temprano y lo que dura en tu poder es decisión del tiempo. Así que lo memoricé.

Palabras más, palabras menos, Philip Marlowe me decía que nada de lo que hice en busca de sentido tuvo el mínimo sentido. Que debía recordar que nosotros no elegimos a un ganador. Que complejamente nos pasó esto que se llama San Lorenzo, que ser de San Lorenzo es un interminable sobresalto, a veces por culpa de quienes intentan esconder la trucha atrás de un voto de confianza para quienes vieron de cerca el modelo de vaciamiento y no hicieron nada; una carga que algunos llevarán sin el mínimo orgullo y con todo el desconcierto como cualquier argentino que se haya cagado alguna vez en su Patria.

Concluyo que en San Lorenzo gobierna la suerte, y con suerte no estemos peor. Muchas veces no hay un único responsable. Todos Juntos maceran el estiércol pero cuando algún desubicado les pide explicaciones, Todos Juntos miran al costado.

Le dije a la señorita con rasgos mapuches, voz de Nacha Guevara y escote abultado que sirva otro whisky, a sus plantas me tenía rendido, la respuesta de Marlowe me había dejado satisfecho y a esa altura yo ya buscaba otro tipo de satisfacción.

AUTOR: El Veedor Azulgrana

Narrador de realidades que superan la ficción. Detractor del siga siga y enemigo del todo pasa. Deconstruyendo al sanlorencista de ley.

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