CONTATE OTRO 2.0 (PARTE 6)

HISTORIA

Vamos a abordar, en esta entrega, dos mitos a la vez: una acusación en vano y una verdad de Perogrullo. “No pueden borrarse 40 años de historia”, claman los revisionistas en la quinta falsa premisa de nuestro listado. “Los aniversarios de los clubes incluyen el amateurismo”, acotan en la sexta, como si hiciera falta.

Hay más de cuatro décadas entre 1891 y 1934; es decir, entre la celebración del torneo germinal de nuestro fútbol y la realización de la última competencia de carácter amateur. Pasaron, exactamente, 43 años entre la consagración compartida por Old Caledonians y Saint Andrew’s, a fines del siglo XIX, y la postrera coronación de Estudiantil Porteño, en paralelo a los primeros pasos del profesionalismo.

No obstante, a fin de simplificar el pedido, los partidarios de la unificación de estadísticas y de la equiparación de estos certámenes redondean la cifra. “No pueden borrarse 40 años de historia”, repiten a coro.

Según este razonamiento, negar la equivalencia entre las competiciones de la era de proto-organización del fútbol argentino y las competiciones de la era profesional implicaría suprimir el primer período. Estamos, por lo tanto, ante lo que se conoce como falacia de falso dilema.

Nadie aspira a “borrar 40 años de historia”. Todo lo contrario, son las pretensiones del revisionismo las que se valen del desconocimiento de lo acontecido antes de la profesionalización. Cuanto más se sabe de los orígenes del fútbol argentino, menos crédito para su visión unificadora. Es justamente porque se conocen los certámenes del amateurismo, que se los separa y se los relega a un segundo plano.

¿Y qué hay del rugby?, preguntan enseguida los revisionistas. Si el día de mañana ese deporte se profesionalizara en la Argentina, ¿quedarían en el olvido los títulos amateur disputados hasta ahora?

La respuesta, claro, es no, especialmente teniendo en cuenta el considerable nivel de regularidad y organización con el que se viene desenvolviendo ese deporte. Lo que sí admite serias dudas es que los nuevos lauros terminen considerándose 100% equivalentes a los previos, que no adquieran un lógico estatus superior (¿por qué un certamen entre jugadores profesionales debería homologarse a uno entre aficionados?). El debate, de todas maneras, lo tendría que dar el universo del rugby. Pero bien puede usarse el ejemplo del básquet para clarificar la cuestión.

Aunque Bahía Blanca fue sede del primer partido de básquet en 1910 y la Asociación Cristiana de Jóvenes (más conocida por sus siglas en inglés, YMCA) promovió este deporte desde 1912, hubo que esperar hasta 1921 para la creación de la Federación Argentina de Basket Ball (FABB), hasta 1928 para la celebración del primer Campeonato Argentino de Básquetbol (que inicialmente se llevó a cabo en la Capital Federal y luego se expandió a diversos puntos del país), y hasta 1929 para la conformación de la Confederación Argentina de Basket Ball (CABB), todo esto bajo los estándares del amateurismo.

A partir de 1936, los clubes partidarios de la profesionalización fueron desafiliándose de la FABB y de la CABB para constituir nuevas asociaciones, con la intención final de crear la Liga Argentina de Basket Ball. Un caso emblemático se dio en 1942, cuando José Biggi, jugador de San Lorenzo (uno de los clubes que más presionaba para que el deporte evolucionara y dejara atrás la etapa amateur), fue inhabilitado por cobrar dinero por su traspaso a Boedo.

El sueño de un certamen profesional de alcance nacional fue postergándose durante décadas. De hecho, recién pudo concretarse en 1985, cuando la Asociación de Clubes de Básquetbol (ADC) organizó la primera edición de la Liga Nacional de Básquet (LNB). Si bien nadie desconoce la existencia de campeonatos anteriores a la LNB, no existe en el básquet argentino un movimiento lobbista que postule que dichos certámenes deben equipararse a los jugados desde 1985.

Pero entonces, apuntan los revisionistas, ¿por qué los clubes del fútbol argentino incluyen al amateurismo en la conmemoración de sus aniversarios? ¿No deberían contar desde 1931?, plantean sin ruborizarse.

Llegado este punto no queda otra opción más que reiterar, con toda la paciencia posible, que otorgarle una correcta contextualización a una época no implica negarla, ni mucho menos. Otra opción, menos contemplativa, es recordar aquel comentario burlón que se viralizó en Twitter de que “contar el amateurismo es como agregar en el CV que uno hizo el jardín de infantes”.

En lugar de darse por vencidos, claro, los revisionistas acometerían con una última tanda de cuestionamientos. ¿Por qué se usan los nombres y algunos de los apodos que surgieron antes del profesionalismo? ¿Acaso algunos equipos no tuvieron sus primeros estadios en las décadas del 10 ó del 20? ¿No se forjaron, por aquellos años, muchas de las rivalidades que llegaron hasta nuestros días?

Todas inquietudes que naturalmente se responden con un “sí, por supuesto”. Nadie duda de que fue durante el amateurismo cuando los clubes más importantes del fútbol profesional comenzaron a delinear sus identidades. Y es que se trató, precisamente, de un período lúdico y formador: la infancia de nuestro fútbol.

La era amateur sólo podría interpretarse de otra manera, y concebirse equivalente a la profesional, desde una visión errónea o interesada.

AUTOR: Carlos Balboa

Socio 12.236. Socio Refundador 2.045. Miembro de DBV. Periodista.

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