CONTATE OTRO 2.0 (PARTE 3)

HISTORIA

Nos proponemos desmitificar 10 supuestas “verdades objetivas” del movimiento revisionista que busca reescribir las estadísticas del fútbol argentino. Ya expusimos la falsedad de que “las principales ligas internacionales unifican todo” y ahora vamos por la mentira de que “relegar el amateurismo implica omitir el Mundial de 1930”.

La Argentina no es un caso excepcional. Como ya indicamos, las principales ligas de fútbol del planeta no unifican los títulos ni las estadísticas de las eras amateur y profesional. ¿Pero qué pasa, repiten los revisionistas, con el Mundial de 1930? ¿Acaso hay que dejar de lado, agregan, los campeonatos sudamericanos de los años 20? ¿Por qué confinar a un plano anecdótico las ligas amateur y las copas irregulares del fútbol local si no se hace esa misma distinción en el palmarés de los Mundiales y las Copas América?

Arranquemos este tema con una breve digresión sobre el fútbol uruguayo. Es sabido que la nación hermana milita activamente la unificación de eras y la homologación de competencias disímiles. Del otro lado del charco no hay grandes disidencias sobre la materia, e incluso se llega al extremo de contabilizar los títulos olímpicos que Uruguay obtuvo en París 1924 y Ámsterdam 1928 como antecedentes directos y -bajo esta libre interpretación- lauros homólogos a las Copas del Mundo. Es por eso que el escudo de la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF) exhibe sin ningún pudor cuatro estrellas en lugar de las dos correspondientes a los Mundiales de Uruguay 1930 y Brasil 1950.

No es de extrañar, ante esta mirada tan especial de nuestros vecinos, que los revisionistas locales reciban con tanta asiduidad a sus colegas charrúas (sobre todo a los del Club Nacional de Football) con el objetivo de “tejer alianzas y tender puentes para poner la historia en su lugar”; o sea, para reposicionar en la consideración general a las ignotas copas rioplatenses AFA/AUF (cuyas definiciones, adviertan su real importancia histórica, más de una vez quedaron vacantes).

Pero centrémonos en la premisa que nos interesa desmitificar en esta ocasión. Como ya hemos aclarado, el fútbol no se profesionalizó en todas las ligas del mundo de manera sincrónica o simultánea. Inglaterra no esperó que concluyera el siglo XIX para decretar la admisión de futbolistas profesionales, mientras que la Argentina recién oficializó esa medida en 1931. El error de los revisionistas es creer que la primera Copa del Mundo fue un torneo de carácter amateur por haberse disputado en 1930; es decir, un año antes de que se profesionalizara nuestro fútbol.

Por supuesto que la Argentina participó con futbolistas aficionados (pese a que por entonces aquí regía el “amateurismo marrón”, del que ya hemos hablado, que a muchos jugadores les garantizaba un ingreso económico, aunque no derechos laborales). Y obviamente que el certamen tuvo particularidades únicas (no implicó una fase eliminatoria, los participantes accedieron por invitación directa, hubo muchas declinaciones y se registraron diversas limitaciones logísticas, entre otros hechos que hoy lucen anacrónicos). Pero lo cierto es que el Mundial de Uruguay 1930 nunca fue un torneo amateur.

El fútbol se volvió un deporte reconocido por el Comité Olímpico Internacional (COI) a partir del siglo XX. Su debut como una competencia olímpica oficial, donde sólo se permitía la participación de equipos aficionados, se dio en los Juegos Olímpicos de Londres 1908. Esto ocurrió bajo la supervisión de la Federación Internacional del Fútbol Asociado (FIFA), que dos años antes había intentado sin éxito organizar por su cuenta un torneo entre naciones europeas en Suiza. Recién en 1914, la FIFA pasó de supervisar a organizar el fútbol olímpico, el cual -de todos modos- siguió teniendo carácter amateur en los Juegos de Amberes 1920, París 1924 y Ámsterdam 1928.

El 26 de mayo de 1928, mientras los Juegos Olímpicos de Ámsterdam seguían desarrollándose, y a sabiendas de que los Juegos Olímpicos de Los Ángeles de 1932 no tenían previsto incluir a este deporte, el Comité Ejecutivo de la FIFA celebró un Congreso en la capital holandesa con el propósito de crear una competencia autónoma que permitiese el profesionalismo. Así nació la primera Copa del Mundo de la historia, prevista para 1930.

En 1929, en Barcelona, un nuevo Congreso de la FIFA designó a Uruguay como sede anfitriona del torneo. Las razones de esta elección fueron tanto simbólicas como económicas. Además de enmarcar el evento en la conmemoración del centenario de su independencia, los uruguayos se comprometieron a solventar los gastos de traslado y alojamiento de los equipos participantes.

En definitiva, podrá hablarse de las peculiaridades de su formato y organización, pero resulta imposible establecer una distinción de eras entre esta Copa del Mundo y las siguientes. El Mundial de 1930 fue, desde su concepción misma, un certamen profesional.

Más complejo y controvertido es el caso de la Copa América. Motivo de origen de la Confederación Sudamericana de Fútbol (Conmebol), el extinto Campeonato Sudamericano de Fútbol se disputó un total de 29 ediciones, por primera vez en 1916 (en la Argentina) y por última oportunidad en 1967 (en Uruguay). La Copa América propiamente dicha, en tanto, se jugó hasta el momento unas 17 ocasiones entre 1975 (sin sede fija) y 2019 (en Brasil).

Pese a los ocho años de interrupción entre 1967 y 1975, y a la reestructuración del certamen adoptada a partir de esa edición, actualmente la Conmebol considera análogos al Campeonato Sudamericano de Fútbol y a la Copa América, lo que le permite adjudicarse la organización en continuado del “torneo de selecciones más antiguo del mundo” (afirmación que, de todas maneras, podría ser objetada). A este particular interés, y no a razones más consistentes, obedece que la entidad prefiera no distinguir eras ni competiciones en el listado de campeones.

La maniobra estadística de la Conmebol incluye, además, el reconocimiento de siete ediciones en las que no se puso en disputa oficial el trofeo (1916, 1935, 1941, 1945, 1946, 1956 y la segunda de las dos ediciones de 1959), paso que -por ahora- los revisionistas argentinos no se animaron a dar. ¿Pero realmente estamos muy lejos de que su lema “la historia se cuenta completa” promueva -por ejemplo- la sumatoria de partidos y certámenes amistosos? ¿No sería, acaso, una continuación natural del razonamiento que los guía (siempre y cuando no contemple, claro, las inconvenientes ligas del interior del país)?

A favor de la Conmebol, al menos, debe acotarse que fue la única entidad organizadora de estas competiciones (las cuales no tuvieron desarrollos paralelos a cargo de otras confederaciones) y que su homologación de títulos por Copa América no se dio de manera repentina e inconsulta: rige solapadamente desde hace décadas, sin despertar mayores oposiciones. No hubo un grupito de selecciones que, ante la disyuntiva del fracaso propio y el crecimiento ajeno, abrió el arcón de los recuerdos para rescatar triunfos arcaicos. No surgió, de un día para el otro,  una reivindicación con bombos y platillos de laureles anecdóticos a los que por vergüenza o dignidad no se atrevían a recurrir.

AUTOR: Carlos Balboa

Socio 12.236. Socio Refundador 2.045. Miembro de DBV. Periodista.

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