¿DE QUÉ BARRIO SOS? (PARTE IV DE IV)

VUELTA A BOEDO

Después de haber viajado por toda la Capital Federal y algunos puntos cercanos siguiéndole el rastro a los cinco grandes del fútbol argentino, llegamos al final de este recorrido en el tiempo y el espacio recopilando las mudanzas que, con el correr de los años, registraron tres clubes de barrio (o, mejor dicho, de más de un barrio).

Ya hablamos de El Ciclón de Boedo y de todas partes, exhumamos la escondida génesis común de River y Boca, y evocamos a los dos clubes de una Avellaneda que no era tal. Es momento de cerrar esta serie temática exponiendo los orígenes y el devenir geográfico de tres clubes de barrio que suelen preguntarnos por el nuestro, tan cerca de la ignorancia como del fenómeno psicológico de la proyección. (No sin antes recomendarles esta reciente nota).

Idealizando un pasado de supuesta gloria que se limitó a un solo título profesional y humillado por un presente ruinoso -un presente que ya lleva cuatro décadas-, el hincha de Huracán se aferra, al menos, a un último y único motivo de orgullo: su indisoluble identidad barrial. Con la mira eternamente puesta en San Lorenzo, “100pre en el mismo barrio” fue el slogan elegido, en 2008, para celebrar los 100 años del club. Dejando de lado que en realidad el Globo se fundó un 25 de mayo de 1903 y luego se reorganizó un 1 de noviembre de 1908, por lo que el centenario se festejó con un lustro de demora, el intento de chicana tampoco hizo honor a la verdad histórica, ya que el nacimiento de Huracán no tuvo lugar en Parque Patricios, sino en el barrio de Nueva Pompeya, más precisamente en la calle Ventana 859.

Allí, alumnos del Colegio Luppi fundaron (ironías nomenclaturales al margen) “Verde Esperanza y Nunca Pierde”, luego de descartar diferentes opciones (algunas que inclusive aludían a otras locaciones, como “Defensores de Villa Crespo”). En una librería de la avenida Sáenz y Esquiú, los jóvenes encargaron el sello oficial de la institución. Pero ante la falta de dinero para emplear el nombre en toda su extensión, decidieron usar uno más corto: “El Huracán”, inspirados en un aviso comercial que habían visto en una pared (por cierto, el sello de goma terminó diciendo “El Uracán”, sin H). La identificación con el globo aerostático homónimo de Jorge Newbery se produjo años después, cuando éste unió el barrio de Belgrano y la ciudad brasileña de Bagé. Vale destacar que en 1910, el pionero aeronáutico fue designado como “socio protector” del Club Atlético Huracán. Cuatro años más tarde murió al estrellarse su avión, mientras realizaba una exhibición.

Los primeros partidos del club tuvieron lugar en un predio ubicado entre Cachi, Traful y las vías del tren, en plena “Estación Pompeya”. La primera cancha -usada entre 1912 y 1913- fue instalada en dicho barrio, en la calle Arena (hoy Almafuerte al 200), mientras que la segunda también se situó en Pompeya, en Avenida Chiclana, entre Alagón y Pirovano, a una cuadra del límite con Boedo. La de Amancio Alcorta y Luna, al fin en Parque Patricios, recién se inauguró en 1924 y fue funcional hasta fines de 1942. Desde entonces hasta la inauguración del actual estadio de cemento (a priori en 1947 y oficialmente en 1949), Huracán fue inquilino de Ferro, en Caballito, y de San Lorenzo, en Boedo. Además de la sede social de Caseros al 3.100, en Parque Patricios, el club posee un campo de deportes en Mariano Acosta al 1900, entre las calles Lacarra, Balbastro y Castañares, entre los barrios de Flores y Villa Soldati.

El caso velezano habla de un desarraigo aún mayor. El 1 de enero de 1910, tres amigos fundaron el “Club Atlético Argentinos de Vélez Sarsfield”, en honor a la “Estación Vélez Sarsfield” (que poco después, y hasta nuestros días, pasó a llamarse “Floresta”) del Ferrocarril del Oeste. La fundación fue celebrada bajo el túnel de dicha estación, donde los jóvenes se resguardaban de la lluvia. Aunque jugaban en un potrero aledaño, en Floresta, la primera cancha oficial tuvo lugar entre las calles Provincias Unidas (Juan Bautista Alberdi), Convención (José Bonifacio), Ensenada y Mariano Acosta; es decir, en lo que actualmente es Parque Avellaneda. Tiempo después, la localía se trasladó a “La Quinta de Figallo”, un terreno alquilado en Mataderos. Y luego a Villa Luro, entre el borde del Arroyo Maldonado y las calles Víctor Hugo, Bacacay y Cortina. En ese mismo barrio, pero en la intersección de las calles Basualdo, Schmidl, Pizarro y Guardia Nacional, Vélez inauguró su primer estadio formal, en 1924.

Después de tantas idas y venidas, el club se permitió un lapso de sedentarismo, al menos hasta el descenso de 1940 (por lo que puede decirse que San Lorenzo no sólo lo mandó a la “B”, sino que también lo mandó a mudar). La pérdida de categoría fue acompañada por un desalojo, tres años de inquilinato y el abandono de gran parte de la masa societaria. La mudanza de Vélez a Liniers se produjo en 1943, luego de que su presidente, José Amalfitani, consiguiera la cesión de un terreno pantanoso del Arroyo Maldonado que fue rellenado con tierra y piedras antes de la construcción del nuevo estadio. Además de ese activo, la institución cuenta con una sede en la Avenida Juan B. Justo al 9.200, un complejo polideportivo en la misma avenida al 8.800, en el límite entre Liniers y Villa Luro, y una villa olímpica en la localidad bonaerense de Ituzaingó.

Argentinos Juniors nació en 1904 de la fusión de dos equipos del barrio de Villa Crespo que habitualmente jugaban en un descampado de Gaona y Anasco, llamados “Mártires de Chicago” y “Sol de la Victoria”. En una obra en construcción localizada en Araoz y Corrientes, los miembros de ambas escuadras fundaron la Asociación Atlética y Futbolística Argentinos Unidos de Villa Crespo, nombre que se acortó a su denominación actual -la AAAJ- a la hora de confeccionar el sello. La primera mudanza se produjo en 1906, cuando consiguieron un terreno prestado en la localidad bonaerense de Villa Ballester. Pero al año siguiente decidieron volver a Villa Crespo, más precisamente a Parral y Luis Viale, al lado de su primera cancha. En 1909, el club se afilió a la Asociación y alquiló un terreno en Villa Urquiza, del que fue desalojado a mitad de año por falta pago, por lo que regresó al potrero original. En 1912, Argentinos se instaló en un predio situado entre Fraga y Estomba, en lo que hoy es Villa Ortúzar. Allí jugó hasta 1925, cuando levantó un estadio en el barrio de La Paternal, en Avenida San Martín y Punta Arenas, en tierras alquiladas al Ferrocarril del Pacifico.

Nueve años más tarde volvió a Villa Crespo, pero por la fuerza, al ser obligado a fusionarse con Atlanta y ejercer la localía -las más de las veces- en su cancha. La fusión no duró demasiado, pero Argentinos tampoco pudo disfrutar mucho más de sus instalaciones, ya que en 1937 el Ferrocarril reclamó el terreno de Av. San Martín y Punta Arenas y desmanteló el estadio. Durante tres años debió hacer de local en las canchas de Sportivo Palermo y Ferro. En 1940 logró afincarse en el barrio de Villa Mitre, entre las calles Boyacá, Juan Agustín García, Gavilán y San Blas. Lo hizo hasta 1983, cuando el estadio fue cerrado. Hasta su remodelación, que culminó en 2003, fue inquilino de Ferro, Huracán, Atlanta, Vélez y Deportivo Español. Con un microestadio en Gutenberg 350, en La Paternal, y un predio deportivo en Lafuente al 2.100, pegado al cementerio de Flores, Argentinos cierra este repaso con dos últimas anécdotas de nomadismo que lindan lo bizarro. En la temporada 1993/94, Torneos y Competencias gerenció la institución y la hizo peregrinar al estadio Islas Malvinas de la provincia de Mendoza. Pero algo todavía más insólito ocurrió en la Supercopa de 1995, certamen en el que hizo de local en el Orange Bowl de Miami, en Estados Unidos, sí.

Y si con este puñado de casos le pongo un punto final al recorrido espaciotemporal emprendido no es porque escaseen los ejemplos en el resto del fútbol argentino, sino porque la misión está más que cumplida. A estas alturas, uno percibe que el cantito que da nombre a esta serie temática de artículos más que preguntar, responde. “¿De qué barrio sos?”, es -en el fondo- una forma de exorcizar los fantasmas de la duda existencial que carcome al emisario, de la crisis de identidad que lo empequeñece. “¿De qué barrio soy?”, es lo que en verdad no se atreven a cuestionar quienes, atónitos, miran de reojo las multitudinarias movilizaciones de un anhelo identitario azulgrana que trasciende lo deportivo o la marea humana de cien mil almas celebrando un título en la esquina del tango “Sur”. Y es que, sin las vacilaciones que otros albergan, hay sólo un barrio -proyectado hacia todos los rincones del planeta- donde palpita la mayor certeza del pueblo sanlorencista. De Boedo Vengo. Y adonde vayas iré.

AUTOR: Carlos Balboa

Socio 12.236. Socio Refundador 2.045. Miembro de DBV. Periodista.

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